José Luis García Herrero
Dentro de dos
días hará un año (19-07-2012) que, fatigado de haber y no haber vivido tanto,
te marchaste. Tengo miedo, me
dijiste. Miedo del cuándo, dónde, cómo… Miedo al abrazo del fuego que todo lo
consume. Recuerdo tu voz preguntándote: “Sé que viví, pero no me acuerdo cómo
llegué hasta aquí.” Ahora ya sabes cómo. No te queda
nada por saber, me lo dijo tu callada palidez cuando te despediste empujado
por la enfermedad, llevándote mi nombre, mi rostro, mi
voz, dejándome desolada y sola, huérfana para todo el resto de mi tiempo.
Regresé al mar
sin ti. No había gaviotas rompiendo el aire. Ni el mar se hizo poema dentro de
una caracola sonora. Ni el poema se disfrazó de ola, ni la ola se vistió de
fino encaje. Ya no pude encontrar rosas azules para ofrecerte, sino sombras
azules bajo mis ojos, y un silencio de cristal que grita que sobran las
palabras. Ahora el mar y tú sois imágenes robadas al tiempo, impresas en un
papel. El mar se disolvió contigo en las olas de la noche, desde donde te
escucho y escribo. Ahora
contemplo sola la vida que me inunda con sus aguas revueltas, dispuesta a arrojarme
a la playa como una caracola vacía. Ahora que estás en
ningún lugar, el vacío ocupa mis manos, y en tu sillón se sienta la soledad. “Los
papeles sobre la mesa, las palabras aprendidas, la memoria tan inútil… Todo son
imágenes congeladas en el espejo donde estuviste, y nada es normal ni sencillo.”
Fuiste un hombre de
fuerte personalidad, un luchador que construyó su vida y la vivió libre, aunque
algunos intentaron acotar tu espacio. Ya no estás, pero tu nombre seguirá ligado a
la historia de Ponferrada y Endesa. Tu pensamiento como Doctor en Sociología pervivirá
en tus artículos de opinión. Tu huella como poeta quedará en tus libros: “Yotuel-El contorno del aire”, “Palabras contenidas”, “Agenda de
los signos”, “Memoria histórica del último alcalde
republicano de Ponferrada, Juan García Arias”, tu padre al que tanto añorabas y
junto al que descansas a salvo del olvido.
A los que te
queríamos nos queda un puzzle descolocado al que le faltan piezas, y una
palabra dibujada en el centro de la página. Una sola en tan ancho campo: Adiós.
Nuestras manos tocan una rosa marchita que hace daño en el alma. Tiene la
palidez de tu ausencia y el aroma de la despedida. Como siempre tenías razón, compañero, la
soledad era esto.
Amparo Carballo Blanco/ 17-07-2013
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