La música de los metales
La voz de los metales/ Amparo Carballo Blanco/ Prólogo de Antonio Huerta,
Hontanar, León (Ponferrada), 2013. 112 pp.
poesía/Filandón/ Diario de León 23-06-2013
Así como de los
minerales se extraen los metales, la poesía se saca de las palabras por la
acción trasformadora del poeta. Es lo que piensa Amparo Carballo en La voz
de los metales, título que sugiere también sonoridad, voz transformada en
ritmo, en poesía. La poeta ponferradina parte de la imagen metalúrgica para
sugerir lo que la poesía tiene de extracción elaboración, transformación y
aleación de las palabras para que suenen a poesía. Varias composiciones aluden
al proceso: la poesía es «cristal natural / en el que incide la luz»; la poesía
es roca que preserva un secreto para revelarlo después, etc. Pero de inmediato
el metal cobra calor, el calor del amor. El frío del mineral y del concepto
acaba fundido en el horno del amor, en «el mar de tu abrazo». El metal de la
poesía es el metal del amor, y a uno y otro pueden referirse términos en
contraste como dureza y fragilidad, brillo e impureza, maleabilidad y
resistencia. Para el metal y para el amor sirven palabras como fusión y
aleación, que implican un plural, el nosotros, el yo y el tú. Pero el metal y
el amor sufren también la acción del tiempo: «Tengo miedo a la oxidación lenta
/ que destruye y disuelve / el metal más puro». La oxidación lleva a la muerte
del metal, del amor, de la persona, en poemas de verdadero luto.
En esta poesía es
que todo acaba virando hacia el sentimiento: «Como el agua me muevo dejando en
cada verso mi sustancia». Y esta sustancia va revistiéndose de tristeza, alterándose
por las lágrimas, por las cicatrices de la vida, que no son otras que el
tiempo, la corrosión, las circunstancias que han destruido el mundo propio:
«Ahora no sé cómo recomponerme: se descolocó el puzzle y me faltan piezas
compañero», un compañero sentado en su sillón de soledad, lo que le hace
escribir a la poeta: «Donde todo es silencio sobran las palabras». Pero la vida
sigue y la poeta realiza un ejercicio de resistencia. Sabe que todos los días
amanece, que algún anhelo inconcreto sigue brotando en el alma y que el puzzle
acaso pueda recomponerse: «Todo está en su lugar / en este pequeño mundo», el
de la plaza ponferradina que mira hacia el barquillero inmóvil. El recuerdo,
aunque doloroso, empieza a dulcificarse y hay un ámbito acogedor, el de la
poesía. Amor y poesía presiden «la música de los metales», último verso de un
poema que, que como los demás del libro, entre el dolor y la esperanza, rima
con el corazón.
José Enrique Martínez 23/06/2013
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