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miércoles, octubre 09, 2019

La voz de los metales/ La música de los metales

poesía

La música de los metales

La voz de los metales /Amparo Carballo Blanco / Prólogo de Antonio Huerta, Hontanar, León (Ponferrada), 2013. 112 pp.




Así como de los minerales se extraen los metales, la poesía se saca de las palabras por la acción trasformadora del poeta. Es lo que piensa Amparo Carballo en La voz de los metales, título que sugiere también sonoridad, voz transformada en ritmo, en poesía. La poeta ponferradina parte de la imagen metalúrgica para sugerir lo que la poesía tiene de extracción elaboración, transformación y aleación de las palabras para que suenen a poesía. Varias composiciones aluden al proceso: la poesía es «cristal natural / en el que incide la luz»; la poesía es roca que preserva un secreto para revelarlo después, etc. Pero de inmediato el metal cobra calor, el calor del amor. El frío del mineral y del concepto acaba fundido en el horno del amor, en «el mar de tu abrazo». El metal de la poesía es el metal del amor, y a uno y otro pueden referirse términos en contraste como dureza y fragilidad, brillo e impureza, maleabilidad y resistencia. Para el metal y para el amor sirven palabras como fusión y aleación, que implican un plural, el nosotros, el yo y el tú. Pero el metal y el amor sufren también la acción del tiempo: «Tengo miedo a la oxidación lenta / que destruye y disuelve / el metal más puro». La oxidación lleva a la muerte del metal, del amor, de la persona, en poemas de verdadero luto.
En esta poesía es que todo acaba virando hacia el sentimiento: «Como el agua me muevo dejando en cada verso mi sustancia». Y esta sustancia va revistiéndose de tristeza, alterándose por las lágrimas, por las cicatrices de la vida, que no son otras que el tiempo, la corrosión, las circunstancias que han destruido el mundo propio: «Ahora no sé cómo recomponerme: se descolocó el puzzle y me faltan piezas, compañero». Un compañero sentado en su sillón de soledad, lo que le hace escribir a la poeta: «Donde todo es silencio sobran las palabras». Pero la vida sigue y la poeta realiza un ejercicio de resistencia. Sabe que todos los días amanece, que algún anhelo inconcreto sigue brotando en el alma y que el puzzle acaso pueda recomponerse: «Todo está en su lugar / en este pequeño mundo», el de la plaza ponferradina que mira hacia el barquillero inmóvil. El recuerdo, aunque doloroso, empieza a dulcificarse y hay un ámbito acogedor, el de la poesía. Amor y poesía presiden «la música de los metales», último verso de un poema que, que como los demás del libro, entre el dolor y la esperanza, rima con el corazón.